El 19 de
julio de 1953 la ciudad santiagueña de La Banda le daba la bienvenida al mundo
a René Orlando Houseman. De muy pequeño tuvo que mudarse hacia Buenos Aires,
más precisamente Capital Federal, donde se ubicó en una villa del Bajo
Belgrano. Hasta el mismo día de hoy, el “Loco” no se despegó de aquél barrio y
fue su hogar tanto en sus mejores como en sus peores momentos. La villa fue
quien lo educó. Allí se formó como jugador y como persona. Mantuvo sus amistades y sus valores, con los cuales podemos estar de acuerdo o no, pero los mantuvo. A pesar de los consejos y propuestas, se rehusó a abandonar la
querida villa, y todo lo que ella implicaba.
Su primer
apodo, hasta que lo conocieron bien, era “Hueso”. No hace falta dar muchas
explicaciones sobre el pseudónimo de un jugador de 1,65 metros de altura, con
un físico casi desnutrido e inusual para el fútbol profesional. Sus piernas,
bien finitas, parecían las de una gaviota. Tampoco se entrenaba como para estar
firme ante las patadas que podía recibir, pero prefería esquivar. Era puro talento, de nacimiento, y tenía un
fuerte rechazo hacia la responsabilidad de cuidarse. Algo obligatorio a ese nivel. Típico de
crack, de distinto, pero gracias a ello muchos futuros fenómenos no llegan ni
siquiera a tener un contrato en un club de fútbol.
En 1973, a
pedido de César Luis Menotti, Huracán compró su pase. El barrio de Parque
Patricios lo recibió con los brazos abiertos y a lo largo de su carrera no lo
soltó, sino que lo ayudó mucho. La marginalidad, la pobreza y las adicciones
eran todos obstáculos que Houseman debía sortear. Pero para él no era una
condena, era un orgullo. Y siempre se jactó de ello, algo que en el ambiente
futbolístico han valorado mucho. Tenía prohibido olvidar sus orígenes. Quizás
por eso fue tan ídolo en Huracán y en todos los rincones del país.
Pero sin duda también tuvo que ver con lo que logró en el Torneo Metropolitano de 1973, el único título del Globo en la era profesional. Ahora junto a figuras como Miguel Brindisi, Carlos Babington, Alfio Basile y Omar Larrosa tenían un verdadero desafío. Y la alegría no tardó en llegar. Tampoco la idolatría por parte de los hinchas “quemeros”. Los privilegiados de la época pudieron disfrutar de la picardía y la gambeta en su máximo esplendor. Resulta fácil describir el estilo de juego del “Loco”. Tenía todo. Velocidad y aceleración en el pique corto o largo, rapidez mental, jugaba con las dos piernas por igual y tenía una agilidad increíble para esquivar a todos los rivales. En la vida era igual. Sencillo, sincero, incontrolable e inmodificable. Por eso lo querían tal cual era y fue hasta el día de hoy.
Pero sin duda también tuvo que ver con lo que logró en el Torneo Metropolitano de 1973, el único título del Globo en la era profesional. Ahora junto a figuras como Miguel Brindisi, Carlos Babington, Alfio Basile y Omar Larrosa tenían un verdadero desafío. Y la alegría no tardó en llegar. Tampoco la idolatría por parte de los hinchas “quemeros”. Los privilegiados de la época pudieron disfrutar de la picardía y la gambeta en su máximo esplendor. Resulta fácil describir el estilo de juego del “Loco”. Tenía todo. Velocidad y aceleración en el pique corto o largo, rapidez mental, jugaba con las dos piernas por igual y tenía una agilidad increíble para esquivar a todos los rivales. En la vida era igual. Sencillo, sincero, incontrolable e inmodificable. Por eso lo querían tal cual era y fue hasta el día de hoy.
Vladislao
Cap, que estaba cubriendo el puesto de entrenador de Enrique Omar Sívori, lo
citó al Mundial de Alemania en 1974. En la primera fase anotó un verdadero golazo
contra Italia y luego otro repitió contra Haití. En la segunda fase del torneo
marcó ante los locales. En la próxima Copa del Mundo lo volvió a convocar César
Luis Menotti, quién ya lo había dirigido en Huracán. Convirtió un tanto en la histórica
goleada contra Perú por 6 a 1 y fue partícipe del primer campeonato mundial
obtenido por Argentina, justamente en nuestro país. Su pequeño reconocimiento
fue haber ingresado en la final contra los holandeses, para llevarse su ovación
propia de recuerdo.
El rey de
las artimañas a la hora de desmarcarse. No lo podían agarrar, ni siquiera lo
alcanzaban para pegarle. Parecía frágil como un cristal, pero tenía una fuerza
interior bestial cada vez que encaraba. A lo largo de su carrera se desempeñó como
“wing” o extremo derecho. Houseman no corría, volaba. ¿Hace cuánto no vemos un
jugador con semejantes características y en esa posición? Pareciera que hace
una eternidad ese puesto dejó de ser funcional para los esquemas tácticos y no
volvió a existir otro “atrevido” en el fútbol argentino que se anime a inventar.
El se movía hasta la mismísima línea de cal, jugaba como lo hacía en su vida
real, al límite.
Se retiró
en 1985 en Excursionistas, su segunda casa, como él mismo confiesa
constantemente. Aquél equipo del Bajo Belgrano que lo había rechazado cuando
fue a probarse de chiquito, por su clase social baja y la situación precaria en
la que se encontraba. La misma institución que en la actualidad apodan “Los
Villeros”. Como son las vueltas de la vida para René, que había sido rechazado
justamente por su condición de “villero”. Por eso tuvo que cruzar a la vereda
de enfrente, Defensores de Belgrano, donde sí lo aceptaron. Entonces debutó en
primera división para el clásico rival donde convirtió 16 goles, en cantidad
doble de partidos jugados. Así y todo forjó una relación de amor eterno con
Excursionistas, donde hoy se desempeña como coordinador del fútbol femenino y en
donde asiste a todos los partidos del Verde desde la platea. Pero su fanatismo
va más allá de eso. Es el dueño del barrio. No hay persona que no lo cruce en
las calles del Bajo (su tercera casa), y lo salude afectuosamente.
Entre 1981
y 1984 pasó por Colo Colo de Chile, Amazulu de Sudáfrica y dos grandes del fútbol
argentino como River e Independiente, donde no pudo redondear una actuación
regular. Durante esos años, Houseman bajó el excelente rendimiento con el que
tenía a todos acostumbrados y solamente anotó 3 goles oficiales. Nadie puede
saber que hubiera sucedido si su enfermedad no hubiera estado tan latente en
cada día de la semana, en cada entrenamiento o en cada partido. A pesar de la adicción
al alcohol, el “Hueso” rendía y rendía bien, sacaba diferencias físicas en el
campo de juego. Siempre peleado con los entrenamientos y concentraciones pero
muy compinche de la pelota. Y sobre todo con la filosofía inquebrantable de tratarla
bien. Aunque lamentablemente, el alcohol lo acompañó a todos lados.
Consulten
sino a uno de los mejores arqueros de la historia, Ubaldo Matildo Fillol, quien
lo supo sufrir atajando para River en el Metropolitano de 1977. El día anterior
al encuentro René se escapó de la concentración de Huracán para asistir a un
cumpleaños. Regresó a las 11 de la mañana, a poco tiempo del comienzo,
completamente alcoholizado. Para resumir aquél empate 1 a 1 entre el Globo y el
Millonario, cerca del final el "Loco" convirtió un gol dejando ridiculizado al
enorme defensor central Roberto Perfumo y definiendo ante el “Pato” Fillol. Tras
el gol, pidió el cambio (acusando una falsa lesión) y se retiró directamente
hacia su hogar para dormir.
En 2011, su
querido Huracán y su amado Excursionistas chocaron por la Copa Argentina, en
Catamarca. Ambas dirigencias acordaron entregar la Copa René Orlando Houseman
al ganador del pasaje a los dieciseisavos de final. Finalmente el club que milita
en la Primera C del fútbol argentino se llevó el trofeo y el “Hueso” no pudo
disimular su felicidad festejando alocadamente con los jugadores. Después pidió
disculpas públicamente, como si le debiera algo a alguien. La verdad es que a
nadie debería importarle, porque todo lo que tenía que demostrar lo hizo en la
cancha.
Houseman
llega hoy a las seis décadas de vida. Nadie lo puede discutir, es un loco, pero
uno de esos que se merecen el mote de “loco lindo”. Aprendamos a disfrutarlo en
vez de cuestionar su forma de vivir. Ahora, llenarse la boca con críticas no tiene sentido. Lo cierto es que ante la adversidad, triunfó, y vaya que lo hizo. Nos quedan miles de anécdotas que nos podrían hacer reír y también llorar. Pasaron 60
años de locura en la villa, que hayan muchos más.
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